De hecho hemos tardado 7 horas y media.
El camino se ha hecho largo, discurría por caminos y senderos que apenas se veían, muy mojados debido a la humedad, los calcetines chorreando todo el camino, mucho barro, subidas y bajadas muy difíciles... pero eso sí, precioso. Yo me he quedado enamorada de este lugar, y Carmeli de las hortensias y helechos que se veían en el camino. Merece la pena la humedad y el esfuerzo con tal de ver estos parajes.
Yo creo que el problema está en preguntar. Preguntamos a un señor "¿Cuánto queda para Salas?" Y nos dijo "8 km" y a la media hora otro señor nos dijo "Queda 4 km".
Pero es que 5 ó 6 km más adelante otro señor dijo "Quedan 3 km"
¿COMORRRRR?
Claro, yo creo que el cansancio llega en el momento en el que "quieres llegar". Carmeli quería llegar ya. Supongo que tenía en mente que cuanto antes llegásemos, antes descansaríamos, con lo cual el llegar se convierte en una obsesión que te impide disfrutar del camino.
Mira que hay fuentes preciosas y fresquitas, y nos paramos en un par de ellas, pero siempre con prisa, y casi sin disfrutar de la sensación de relax que tanto he echado en falta.
Llegamos a salas sobre las 13:30 horas, así que nos quedamos en el albergue de ese pueblo, donde coincidimos con los peregrinos anteriores (Jose, Juan, Julio, Oscar, Maribel, Linda, Alejandro, Carmen) y aprovechamos el resto del día para comer en "Casa Pacita", visitar el pueblo (Salas, para los despistados), ver los monumentos y el castillo y reponer fuerzas.
Carmeli y Juan han hecho tantas migas, que él la llama tita, y no para todo el rato de decir "Tita esto, tita lo otro..." Al final son la tia y el sobrino del grupo.
Para aquellas personas que lean esto y que estén dispuestas a andar 5 km más, recomiendo el siguiente albergue, el de Bodenaya, porque está mucho mejor que el de Salas.